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Cuando elegimos no elegir

30 ago Cuando elegimos no elegir

¿Quién no se ha encontrado en alguna ocasión ante una elección? Difícil momento en ocasiones, ¿verdad?

Elegir nos lleva a sopesar, en ocasiones, muchos aspectos de nuestra vida, de nuestras creencias y valores. Evidentemente elegir si me como un plátano o una manzana no suele generarnos ningún problema, pero….

¿Qué pasa cuando la decisión es realmente importante y elijamos lo que elijamos implica perder o renunciar a algo o a alguien? Y lo que es peor, pensar que podemos equivocarnos con cualquiera de las dos opciones (escenifíquese el momento poniéndose  las manos en la cabeza y corriendo por el pasillo a lo Macaulay Culkin). Vértigo, ¿verdad?

Pues bien, humanos somos todos y todos nos podemos equivocar en nuestra elección, pero recordemos que siempre elegimos en un  momento en el tiempo y vemos si nos hemos equivocado en otro momento en el tiempo, en el cual las circunstancias han cambiado, nuestra experiencia ha madurado y quizá tengamos cierta información que en el momento de la elección no teníamos.

Ilustrémoslo con un ejemplo:

Supongamos que la relación de una pareja no va bien. Discusiones, vida cada vez más independiente, hacen cada vez menos cosas en común, distanciamiento en el tiempo de las relaciones sexuales, menos tolerancia,  aletargamiento del proyecto en común y más individualismo bien por parte de uno o por parte los dos.

Pues bien, un día uno de los dos (da igual el género de quién lo decidió) decide hablar del tema con su pareja para decidir si se separan o ver si ante el deterioro de la relación se puede hacer algo por salvarla. Comentan lo que están tolerando el uno del otro y lo qué no les gusta, las desavenencias, los resentimientos…, y finalmente, después de una noche loca de reconciliación verbal y sexual, deciden apostar por su relación.

Pasado medio año la situación de “alerta” desaparece en ambos respecto lo que le había dicho su pareja que le molestaba o que podía mejorar o hacer de otra manera. Y ya estamos otra vez en la situación anterior. La persona que en la anterior ocasión había sacado el tema del deterioro de la relación ve que la cosa no ha avanzado (al menos en la dirección que se esperaba) pero aún así decide esperar un tiempo (no vaya a ser algo puntual). Y pasa medio año más.

Finalmente esa persona ve que la cosa no es puntual y decide finalizar la relación y que cada uno rehaga su vida. Un mes más tarde de separarse esa persona se entera por un amig@ común que desde hacía cosa de año y medio su ex pareja le era infiel. Monta en cólera y se indigna muchísimo por haber apostado por la relación un año atrás. Piensa que fue un error y que se equivocó.

¿Hay alguien que no haya vivido esa situación o que no conozca a alguien que la haya vivido? No, ¿verdad?

En el presente-futuro, la persona que decidió hablar e intentar salvar la relación piensa que se equivocó.

En el presente-pasado de la misma persona, piensa que está intentando salvar una relación que valora y que le importa, aún sabiendo internamente que la cosa será difícil de salvar.

Lo que tenemos que extraer de esta situación es que en el presente-pasado no se equivocó ya que no disponía de toda la información necesaria para haber tomado una u otra decisión “más afinada”.

¿Y qué le pasa a un@ en esa situación? Pues que salen frases como:

– Que tont@ he sido

– Si lo llego a saber…

– Anda que me va a pasar esto otra vez…

Acabando cada frase con el célebre “ será Hij@ de P….”

Y nos fustigamos y pensamos que cometimos un error, cuando en realidad no es así. Me explicaré:

La persona que decidió hablar y salvar la relación lo hacía desde el convencimiento, desde el amor y el respeto (tanto hacia si mism@ como hacia su pareja) sin conocer toda la información que le hubiera hecho tomar otra decisión. Sopesó, valoró y tuvo un acto de generosidad enorme con su pareja con la información de la que disponía. Eso es lo realmente importante y lo valorable. Es lo que también se llama “El Éxito más allá del Éxito”, es decir, independientemente del resultado final, habremos hecho todo lo que podíamos y actuado según nuestros valores que pueden ser de muy diversa índole pero que en este caso iban desde la honestidad, hasta la compresión, pasando por el respeto, la generosidad y la asertividad. Así pues, no podemos sentirnos defraudados ni fustigarnos en nuestros presentes-futuros respecto de un pasado de nuestras vidas siempre que actuáramos como mejor hemos  sabido y alineados con nuestros valores.

Y el lector dirá…¿Qué tiene que ver esto con el título del post?

Bien, pues vamos allá.

Lo anterior era una mera introducción (discúlpeseme por lo extenso) poniendo un caso práctico en el que podemos equivocarnos o no y que nuestra percepción del error al final viene dado por la tenencia o no de información, ya que si nadie le hubiera dicho nada esa persona pensaría a fecha de hoy que la relación se desgastó, que le dio una oportunidad a la misma y que finalmente no se pudo achicar toda el agua que hundió el barco.

Ahora bien, ¿Qué pasa en situaciones en las que decidimos no elegir? En el caso anterior la persona decidió encarar una situación, hablar del tema con su pareja y decidir si lo dejaban o si miraban de salvar la relación en lugar de dejar que transcurriera el tiempo a ver qué pasaba.

Cuando ante una elección sobre algo importante en la vida tenemos dos opciones y no nos decantamos por ninguna de las dos y decidimos que “el destino”, “Dios”, “las estrellas” o quien queramos decida por nosotros, estamos dejando en manos de otros nuestra responsabilidad y con ello nuestro premio si sale bien y el aprender de un error si sale mal.

Frases como “Que sea lo que Dios quiera”, “Lo que tenga que ser será”, etc.  hacen, sin darnos cuenta, mucho daño a nuestra autoestima y al final, con el paso del tiempo y resueltas o no las situaciones, nos arrepentimos más de no haber tomado una u otra decisión que de haberla tomado. Y más cuando internamente (aunque a veces condicionada por nuestro “saboteador”) queríamos tomar la decisión ganadora.

Esta conducta es de doble filo, porque incluso no elegir elegir puede salir bien. Y eso es lo peligroso ya que puede encaminarnos a una conducta de no elección ante cualquier circunstancia en nuestras vidas. Segando nuestra libertad y nuestra capacidad de elección. Cuando decidimos no elegir y “que sea lo que las estrellas quieran”, no nos premiamos por el éxito conseguido (ya que fue el destino, dios o las estrellas), no evolucionamos y ganamos experiencia por las victorias y los errores. Nuestra autoestima y autoimagen se ven afectadas ya que no tenemos capacidad de decisión, al no tener capacidad de decisión somos impotentes y no nos queda otra cosa que la resignación, y si el final  la película no nos gusta y nos hace daño, lo sufrimos sin haberlo elegido, bueno si, elegimos dejarlo en manos de un tercero que no tiene ni forma ni color. Es entonces cuando nos convertimos en ovejas. Aquellas a las cuales las cosas “les pasan”.

Quisiera terminar este post invitándoos a ver el video “Vida, Libertad y Consciencia” de Kofman. En el que se habla de esto mismo. La voluntad de decidir por nuestras vidas o de no hacerlo y de las consecuencias ello tiene en nuestro ser. Lo teneis disponible en el menú “Biblioteca” dentro del apartado “Vídeos” o bien en youtube.

No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir cómo responder a ellas. - Epicteto

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